26 de mayo de 2010

Clásicos cotidianos


Todas las crónicas murcianas alaban y recuerdan hoy a Carlos Valcárcel Mavor, a don Carlos. Porque así lo conocíamos y lo llamábamos los que no tuvimos la suerte de su trato personal, pero lo admirábamos por cuanto hizo a favor de una murcianía que muchos confunden con nostalgia hortera de rincón. Yo no lo veo así. Personajes como éste han sido necesarios para que en su estela apareciesen los que han superado el escrito sentimental para alcanzar el grado de madurez que exige la historia. A ellos, a esos cronistas que muchos sienten trasnochados, hay que reconocerles en grado heroico unas virtudes cívicas que van más allá del cumplimiento del deber ciudadano. Ellos, con su memoria extraordinaria y su amor y apego a cuanto vivieron, han sido capaces de hacer una siembra cultural uniforme con la que todos estamos de acuerdo, más allá de ese narcisismo de las pequeñas diferencias que es patrimonio de cuatro tontos solemnes incapaces de ver cuántos matices encierra la vida.

Hoy he tomado consciencia de que estamos asistiendo al desmoronamiento de un pasado que, no sé si por fortuna o por desgracia –por esta última creo que va a ser-, no parece tener recambio posible. Y ese desmoronamiento se manifiesta de modo visible con la muerte de lo que yo llamo “clásicos cotidianos”. Hasta hace no tanto tiempo, uno podía pasear por Murcia –y cada cual que lo aplique a su ciudad- y encontrar tipos humanos míticos que eran ejemplo de los valores que colectivamente habíamos hecho recaer sobre sus hombros. Quizás sin preguntarles si estaban cómodos con el sambenito. Quizás sin darles opción para que ellos aceptasen tal encargo. Y como estoy convencido de que no somos otra cosa que aquello que los demás perciben de nosotros, pues estos personajes quedaban erigidos en algo así como un tótem al que mirar cuando todo fallaba y en cuyos arcanos era posible encontrar de nuevo la dirección apropiada.

Pues don Carlos era, como otros compañeros de generación, uno de esos tótems en los que ampararse y escudriñar. Era una referencia viva para nuestra Semana Santa y para devociones modernas o tan antiguas como la de la casi olvidada patrona de Murcia. Era una referencia para saber de aquella Murcia de escala humana, hoy lamentablemente perdida, que en sus escritos revive como si fuera la de ayer mismo. Era referencia para conocer dónde los jumillas se escanciaban mejor y en más agradable compañía. Conocía todos los particulares de la prensa murciana, en la que se ganó la vida y se labró una justa fama, y era imprescindible consultarle o leer sus escritos para averiguar más sobre las fiestas y tradiciones de este suelo que el cardenal Belluga valoró menospreciando a los que lo habían hecho posible. Jamás se le ocurrió tal cosa a don Carlos. Y a pesar de su fina estampa –que todo era verlo por la calle y empezar a canturrear por María Dolores Pradera- hizo masa con unos auroros que eran el contrapunto absoluto de este ciezano que se comportó en la vida como si fuese vecino del londinense barrio de Belgravia.

Ya no se estila casi nada de lo que representaba y fue don Carlos y, a pesar de que no pensaba morirse –como tantos de su generación-, la vida le ha puesto coto a su estupenda existencia. Y él no ha tenido inconveniente en aceptar el reto pero con la cortesía que en él era natural: “Usted primero, señora.” Deja vacíos dos sillones en otras tantas academias –como algunos de su generación-, deja su puesto de cronista –como su amigo Muñoz Barberán- y deja a muchos murcianistas sin saber a quién van a subir ahora al pedestal. Pero, sobre todo, deja una vida plena y longeva que aminora el dolor del duelo familiar.

Me caía simpático este hombre, aunque no llegué más que a saludarlo un día por la calle, y en su honor pienso desempolvar una capa que no me he puesto más que una vez en mi vida y hasta me voy a beber un buen vino mirando aquel bigotillo que tantos recuerdos me trae de otro no menos ilustre. Pues lo dicho: que estoy intrigado por saber cómo se rellenan culturalmente los huecos que deja nuestro entrañable paisano y, sobre todo, voy a hacer memoria cuidadosa por si encontrase otro tótem semejante. Difícil lo veo, pero os daré cuenta del hallazgo si es que se produce.

2 comentarios:

Mobesse dijo...

Pues a mí me parece que quien ha escrito este artículo tiene todo el perfil (como se dice ahora) de ser un buen repuesto. Por tu profesión y por tu admiración a los tótems vivientes que se paseaban por la Platería, mereces el puesto de ilustre representante de aquella Murcia que casi se nos ha ido.

Un abrazo

Por respeto a tu dolor no diré nada del "bigotillo" de D. Carlos.

M.M. Clares dijo...

A tí te lo voy a dar yo en cuanto te jubiles, que creo que te lo mereces más aunque no tengas bigotillo.ja ja

Tengo la casa ya casi a punto. En quince días espero haber terminado la cocina y puesto unas sillas para que nos sentemos tan ricamente. Hay que organizar un "masterbirra" ya. Espero tus consejos sobre la cantidad y el orden de los brebajes. Yo los merco donde los encuentre, pongo el sustento necesario y llamo a los interesados en doctorarse. No me falles.