23 de julio de 2010

Las azules rutas del mar
(Plavi putevi mora)


Mi devoción por los coros de voces graves ya la conocéis. Por eso el otro día, al ver un reportaje sobre la parte turística de la romana Dalmacia en la que se hablaba de su música vocal tradicional, pues me decidí a buscar en youtube cuanto sonase a "klapa", que así se llama este bello modo de expresión. En la klapa, si os adentráis, hay para todos los gustos, pero esta agrupación que he encontrado no sólo canta mejor que muchas otras, sino que además sus temas parecen tan hondos como lo debe ser el tipo de música que practican. El Adriático baña aquellas costas y lo que cantan estos hombres está dedicado a los caminos azules de ese mar que aquí llamamos Mediterráneo.

Os deseo lo mejor para este verano.

11 de junio de 2010

Medias verdades



Desde hace días tengo la sensación de vivir en un mundo hecho de medias verdades, cuando no de auténticas falsedades. Y son muchas las circunstancias que confirman esa impresión. Las más recientes, las dos versiones sobre el ataque israelí a una flotilla de barcos que se dirigían a Gaza o los recuentos de manifestantes del pasado 8 de Junio por el Gobierno y los sindicatos. Lo dicho por unos y otros es tan dispar, que no hay punto intermedio donde encontrar el equilibrio.

Medias verdades y ganas de enredar, no conducen a nada bueno. Recordarán ustedes que hace unos tres años la inseguridad ciudadana fue un tema candente. Se encendieron todas las alarmas y hasta se decidió aquí, en Lorca, la creación de un centro integral de seguridad. El Partido Popular se comprometió por programa a su construcción y así lo ha hecho. Pero, ¿es hoy tan necesario como entonces? O mejor dicho: ¿era entonces necesario o sólo nos lo hicieron creer? Podríamos citar algunos asuntos locales más que parecían incuestionables entonces y que hoy se han convertido en nada, pero nos vamos a ir a temas mayores. ¿Se acuerdan de la gripe A que amenazaba con exterminar media Europa? ¿Dónde ha quedado en el ranking de preocupaciones ciudadanas? ¿Y dónde situamos hoy esa feroz escasez de agua para los cultivos que prácticamente ha desaparecido al mismo tiempo que llovía y que estallaba la burbuja inmobiliaria? Muchas de estas cortinas de humo han servido para tapar problemas reales, como la crisis económica provocada por la voracidad de los mercados financieros a los que dimos un dinero que hoy, cuando hace falta, volvemos a poner encima de la mesa los ciudadanos por decreto y en contra de aquellas diferencias ideológicas irrenunciables de Zapatero y que ya vemos en qué han quedado.

Después de dos años de intensa crisis, que no se solucionará sólo con las medidas adoptadas, ahora sabemos las causas reales: la gran mayoría de los organismos encargados de calificar o vigilar cualquier aspecto financiero llevaban mintiendo muchos años. Y lo han hecho desde simples agencias de tasación hasta consultorías internacionales; y ministros de hacienda; y hasta presidentes de gobierno. Aquel progreso social es hoy un espejismo y muchos estados europeos se tambalean por imprevisión o por engaños manifiestos. Y con ellos multitud de economías regionales y, por supuesto domésticas, hacen aguas por similares causas llevándose por delante un bienestar que era el máximo logro de Occidente. Los recorte anunciados marcan la senda de una involución de la que dicen no empezaremos a salir hasta dentro de dos años. Y eso lo dicen los mismos que nos engañaron con brotes verdes; los mismos que ahora piden comprensión por las duras medidas adoptadas. Y éstos que ahora predican austeridad, ¿están siendo sinceros? Medias verdades y falsedades son un campo abonado para la demagogia y los posicionamientos maximalistas. Y si me preocupan mucho los riesgos ciertos en los que se mueve la banca española, más inquieto me tienen las soluciones radicales que ya toman forma en las cabezas de muchos ciudadanos. Y el ejemplo de las elecciones en Holanda no es para tomarlo a la ligera.

31 de mayo de 2010

Un ramo de violetas

Con apenas unos días de diferencia de la muerte de Carlos Varlcárcel, se nos ha ido otro “clásico cotidiano”. Pero este ya pertenecía a la categoría de los Historiadores -con mayúscula- y, como aquél, poseía una humanidad positiva desbordante y un rasgo particular: una inteligencia profesional y afectiva que destacamos todos cuantos le conocimos. Sobre el personaje en cuestión, que no es otro que el hispanista Guy Lemeunier, ha escrito estupendamente Juan González Castaño en La Opinión. Todo lo que yo pudiera añadir son valores humanos que a muchos sorprenderían y que su familia española, la de aquí mismo de la Gran Vía murciana que ya alcanzaba incluso para nietos, echa hoy en falta sin posibilidad de consuelo. Porque se les ha muerto, sin más explicación que la inoportuna e infranqueable enfermedad, un hombre íntegro y cercano, un maestro en todos los sentidos y con todos los sentidos de los que no es fácil encontrar y, mucho menos, reponer.

Era Guy, además de extraordinariamente simpático, una persona de cualidades culturales insondables. Se había licenciado como historiador del arte y su primer trabajo fue sobre retablos barrocos de una región del norte de Francia. Decidido a hacer su tesis doctoral en España, vino a recalar en Murcia donde todo, o casi todo, estaba por hacer. Así es que cambió radicalmente el objetivo de su trabajo y se dedicó a enseñarnos cómo había progresado la demografía, por dónde discurrieron los temas hidráulicos y agrarios de esta región, cómo se articuló en ella el sistema de poder en torno a la posesión y utilización de la tierra, las estructuras económicas y sociales… y de ahí saltó al mundo de las mentalidades, de la protoindustria y de la utilización de los recursos naturales. Él oteaba el campo y la huerta como un enorme telón en el que estaban pintados todos los caracteres históricos que habían configurado el territorio. Y no sólo los veía con nitidez, comprobándolos luego con datos de archivo, sino que era capaz de poner cada elemento en su sitio justo para encontrar una explicación plausible y de conjunto para todo aquello que nosotros no somos capaces de ver aunque lo tengamos delante de las narices. Era un mago de la historia en muchas de sus parcelas y por eso sus textos resultaron ser capitales para nuestra identidad histórica regional.

Guy siempre sorprendía. Me cuentan que cuando llegó al Archivo de Lorca lo primero que preguntó, con esa lengua enredada que traen los franceses mientras no han pasado unas cuantas tardes en la Plaza de las Flores, fue por la producción de garbanzos, lentejas y no sé cuantas cosas raras más. Hasta que no se vieron los resultados de contar sacos y sacos, nadie daba un duro por aquella investigación. Y con el tiempo y la amistad todo se orientó a donde tenía que haber estado desde el principio. Porque también me han contado de una tarde memorable en que, después de comer estupendamente y recién vueltos al archivo, lo que debía haber sido recuento de personas, carneros y datos de producciones agrícolas, se tornó por un rato charla distendida y del más variado color. Y acabó con todos los que allí estaban subidos por turnos a los peldaños de una escalera de caracol para dar cuenta de aficiones y, más que nada, por divertir con extravagancias a unos amigos. De lo más recordado, porque de todo hubo, arias de ópera a cargo de Muñoz Barberán y canciones de Luis Mariano por Guy. De aquel Luis Mariano pletórico, y en recuerdo del excelente hispanista, este vídeo que os dejo aquí abajo. Prestad atención a la letra porque el amor también es como la vida.

26 de mayo de 2010

Clásicos cotidianos


Todas las crónicas murcianas alaban y recuerdan hoy a Carlos Valcárcel Mavor, a don Carlos. Porque así lo conocíamos y lo llamábamos los que no tuvimos la suerte de su trato personal, pero lo admirábamos por cuanto hizo a favor de una murcianía que muchos confunden con nostalgia hortera de rincón. Yo no lo veo así. Personajes como éste han sido necesarios para que en su estela apareciesen los que han superado el escrito sentimental para alcanzar el grado de madurez que exige la historia. A ellos, a esos cronistas que muchos sienten trasnochados, hay que reconocerles en grado heroico unas virtudes cívicas que van más allá del cumplimiento del deber ciudadano. Ellos, con su memoria extraordinaria y su amor y apego a cuanto vivieron, han sido capaces de hacer una siembra cultural uniforme con la que todos estamos de acuerdo, más allá de ese narcisismo de las pequeñas diferencias que es patrimonio de cuatro tontos solemnes incapaces de ver cuántos matices encierra la vida.

Hoy he tomado consciencia de que estamos asistiendo al desmoronamiento de un pasado que, no sé si por fortuna o por desgracia –por esta última creo que va a ser-, no parece tener recambio posible. Y ese desmoronamiento se manifiesta de modo visible con la muerte de lo que yo llamo “clásicos cotidianos”. Hasta hace no tanto tiempo, uno podía pasear por Murcia –y cada cual que lo aplique a su ciudad- y encontrar tipos humanos míticos que eran ejemplo de los valores que colectivamente habíamos hecho recaer sobre sus hombros. Quizás sin preguntarles si estaban cómodos con el sambenito. Quizás sin darles opción para que ellos aceptasen tal encargo. Y como estoy convencido de que no somos otra cosa que aquello que los demás perciben de nosotros, pues estos personajes quedaban erigidos en algo así como un tótem al que mirar cuando todo fallaba y en cuyos arcanos era posible encontrar de nuevo la dirección apropiada.

Pues don Carlos era, como otros compañeros de generación, uno de esos tótems en los que ampararse y escudriñar. Era una referencia viva para nuestra Semana Santa y para devociones modernas o tan antiguas como la de la casi olvidada patrona de Murcia. Era una referencia para saber de aquella Murcia de escala humana, hoy lamentablemente perdida, que en sus escritos revive como si fuera la de ayer mismo. Era referencia para conocer dónde los jumillas se escanciaban mejor y en más agradable compañía. Conocía todos los particulares de la prensa murciana, en la que se ganó la vida y se labró una justa fama, y era imprescindible consultarle o leer sus escritos para averiguar más sobre las fiestas y tradiciones de este suelo que el cardenal Belluga valoró menospreciando a los que lo habían hecho posible. Jamás se le ocurrió tal cosa a don Carlos. Y a pesar de su fina estampa –que todo era verlo por la calle y empezar a canturrear por María Dolores Pradera- hizo masa con unos auroros que eran el contrapunto absoluto de este ciezano que se comportó en la vida como si fuese vecino del londinense barrio de Belgravia.

Ya no se estila casi nada de lo que representaba y fue don Carlos y, a pesar de que no pensaba morirse –como tantos de su generación-, la vida le ha puesto coto a su estupenda existencia. Y él no ha tenido inconveniente en aceptar el reto pero con la cortesía que en él era natural: “Usted primero, señora.” Deja vacíos dos sillones en otras tantas academias –como algunos de su generación-, deja su puesto de cronista –como su amigo Muñoz Barberán- y deja a muchos murcianistas sin saber a quién van a subir ahora al pedestal. Pero, sobre todo, deja una vida plena y longeva que aminora el dolor del duelo familiar.

Me caía simpático este hombre, aunque no llegué más que a saludarlo un día por la calle, y en su honor pienso desempolvar una capa que no me he puesto más que una vez en mi vida y hasta me voy a beber un buen vino mirando aquel bigotillo que tantos recuerdos me trae de otro no menos ilustre. Pues lo dicho: que estoy intrigado por saber cómo se rellenan culturalmente los huecos que deja nuestro entrañable paisano y, sobre todo, voy a hacer memoria cuidadosa por si encontrase otro tótem semejante. Difícil lo veo, pero os daré cuenta del hallazgo si es que se produce.

13 de mayo de 2010

Como si fuera ayer

Revolver cajones y armarios para encontrar aquellas cosas “imprescindibles” que hemos guardado durante nuestra vida, es un ejercicio diabólico. Y no sólo porque aparezcan auténticas inutilidades que debieron tener una importancia que ya hemos olvidado, sino porque con esas cosas, que no se sabe bien cuánto importaron entonces y cuánto pueden importar ahora, aparecen también en la cabeza recuerdos de todo tipo. Pero a veces es peor aún, porque lo encontrado es en sí mismo “el recuerdo”.

Eso ocurre, por ejemplo, con los manuscritos y con las fotografías. Pero mientras que a los primeros hay que dedicarles algo de tiempo para comprender todo cuanto encierran, a las segundas les concedo yo la categoría de “asaltasentimientos instantáneas”. Una imagen no vale más que mil palabras, pero sí que nos impacta mucho antes, aunque luego tengamos que dedicarle casi el mismo tiempo que a la escritura para aprehender cuanto significa.

Pues el otro día, me entretuve en revolver escritos y fotografías y, si bien no di con lo que buscaba, me topé de lleno con algo que me ha dejado el ánimo suspendido. Hará más de 20 años pulsaba el botón al otro lado de mi máquina para inmortalizar una reunión familiar en casa de mi abuela. A nadie puede decirle algo esta fotografía más que a quienes conocemos a los fotografiados. A nadie importa tal o cual cara, salvo para los que conocemos las que ya no podemos ver en directo –y no todas de gente mayor-. A nadie importa lo que yo pueda decir, porque cada cual ha de hacer su componenda. Objetivamente, nada dice esta fotografía más allá de lo obvio, incluida la maldad del fotógrafo. Pero quien logre poner nombre a cada una de esas caras y sea capaz, además, de relatar sintéticamente la historia de cada personaje, pues a ese esta imagen le pondrá el corazón en un puño como a mí me lo ha puesto.


Perdonad que este post sea así de personal, pero es que como aquí mangoneo yo a mis anchas, lo he hecho sólo para quienes saben de lo que hablo y para quienes hace poco han estado revolviendo los cajones de su casa, que esos seguro que me entienden por otras caras y otras ausencias.

11 de mayo de 2010

¿Tiene arreglo Lorca?

Tiene Lorca, que es la ciudad en la que vivo, un conjunto histórico declarado como tal en 1964… Y he dicho tiene y debí decir tenía. De aquel conjunto de arquitectura civil y eclesiástica de los años sesenta, con sus plazas y placetas, casonas de portalón e iglesias antiguas, sobresalían algunos ejemplares arquitectónicos verdaderamente notables pero, sobre todo, lo que decidió su declaración fue la homogeneidad que ofrecía el cogollo de calles escogidas con el fin de someterlas a una protección de la que era garante el Estado. Pues todo fue obtener el decreto que reconocía los valores artísticos y comenzar los políticos y empresarios de turno a darle mazazos a aquella ciudad que, con leves variaciones armónicas de los siglos XIX y XX, nos había llegado más o menos intacta desde que se articulara definitivamente en el siglo XVIII.

Os voy a ahorrar el rosario de agravios, porque las majaderías son muy molestas hasta para describirlas. Sólo os diré que si comparásemos dos fotografías, una de entonces y otra de ahora, el “cante” sería tremendo. Y eso a bulto, porque los detalles ponen los pelos de punta.

Después de la barbaridad del Parador construido dentro del castillo y de que políticos y jueces miren para otro lado cuando se denuncia la situación, pues hace unos meses ha empezado una reforma de la principal plaza sin que el proyecto original tenga algo que ver con lo que finalmente se ha construido. Y para rematar la faena, hace apenas unos días se ha ido literalmente a la basura por obra y gracia de la piqueta municipal un conjunto estimable de pinturas murales del siglo XIX que llevaba ahí 16 años esperando, por orden de la entonces Dirección General de Cultura, a ser integrado en lo que ya parece una inminente nueva edificación. No os voy a contar cómo los político han dejado que se degradase ese bien cultural; no os voy a decir que se ha pagado un andamio que lo sujetase durante 16 años y que nos ha costado cerca de 500.000 €; nos os voy a decir que ahora la dirección general e Bellas Artes y el Ayuntamiento de Lora se tiran los trastos a la cabeza a ver de quién es la responsabilidad, y que lo más que se les ocurre decir es que ellos no han sido, que no sabían que aquello estaba allí y que hay que ver cómo son los funcionarios que no habían avisado a nadie sobre la existencia de aquel bien.

Pues como no me gusta todo esto, porque huele muy mal y habla a las claras de los tiempos que vivimos, no os voy a poner foto ni nada. Sólo tres enlaces (1 2 3) para que vosotros mismos juzguéis, que luego me dicen que manipulo las cosas. A mí no me gusta hablar mal del sitio donde vivo, pero es que lo ponen a uno en el disparadero, hasta el punto de pensar si esto que pasa tiene o no arreglo.

24 de marzo de 2010

Aquellas ciudades muertas


Niños, borrachos, locos y poetas tienen algo en común: dicen la Verdad. Bien es cierto que cada uno a su modo y regidos por cualidades bien distintas. Mientras que a los niños parece empujarlos sólo una inocencia límpida, paradisíaca, los otros grupos llegan a ese estado desinhibido, falto de prejuicios, por una intoxicación voluntaria, por una disfunción cerebral aleatoria o, peor aún, por un estado de insensatez sobrevenida que no siempre es producto de una extremada sensibilidad.

De todos ellos me interesan más los últimos, porque mientras que los otros males tienen o pueden tener cura, aquellos que se llaman poetas una vez no sólo arrastran ese mal hasta la fosa, sino que están condenados a soportar cualquiera de las categorías que para ellos se han creado. Bueno o malo, joven o viejo, lírico, épico, popular, del corazón o de la naturaleza, urbano, íntimo, oscuro, ocasional, al uso… Cualquier sambenito que se le cuelgue a quien se declare hacedor de versos, corre el peligro de terminar tallado en una lápida para escarnio perenne de quien lo mereció. Por eso agradecí tanto ver la tumba de Antonio Machado en la que no hace falta poner algo más de lo que allí hay escrito. Y es que hasta para el nombre hay que tener suerte. Los cartageneros, que sesean, no pueden ver con tranquilidad la estatua que Murcia levantó a uno de sus más meritorios poetas y cuya única inscripción en su pedestal es ésta: "A SELGAS".


Poetas lorquinos de comienzos del siglo XX, a los que un grupo de bienintencionados anda poniéndoles placas y lápidas por toda la ciudad, escribieron bien sobre el mito de las “ciudades muertas”. No son éstas, como me enseñó en una estupenda conferencia José Luis Molina, aquellas que se tragó la historia, sino las que se hallaban envueltas entonces en un marasmo social –esto es, casi todas las del momento- y permanecían ensimismadas contemplando los restos de un pasado más o menos glorioso. Ya en aquellos años se cantaba la ruina cultural y física de una ciudad, Lorca, que aún se mostraba proporcionada y bella. Hoy asistimos al desplome definitivo de todo cuanto la hacía más habitable y le confería la gracia y el adorno de un pasado intacto. El castillo de Alfonso el Sabio, convertido en un hotel. El cemento y el ladrillo no han dejado de perturbar aquellas alineaciones de tejas que peinaban la brisa de las tardes. Y la piqueta impulsada por el Ayuntamiento no cesa de “modernizar” de manera horrenda todo cuanto señala el dedo infame del analfabetismo cultural. Pulvum eris. Por eso la Naturaleza se encarama ahora hasta lo más alto reclamando lo que es suyo. Y por eso, veo cada vez menos ángeles surcando el telón azul de las mejores mañanas de Septiembre. A este que os muestro lo sorprendí el otro día, escapado de no sé qué retablo o fachada, disponiéndose a pasar la noche. No sé si aguantará mucho más bajo ese alero amenazante, ni adónde ha de ir cuando un dedo grosero apunte directo a su escondrijo.

21 de marzo de 2010

Asfódelos

17 de marzo de 2010

La crisis que nos corroe



A veces me doy una vuelta por internet para buscar información sobre asuntos que están en el candelero, y este cartelillo de arriba –he quitado la procedencia y la lista de actos- me ha gustado por el desparpajo orto/gráfico con el que está hecho. Los hay más agresivos y decididos, pero este “hand made” me ha llegado al alma por lo que tiene de verdadero. Y visto que esta crisis es un tema universal y tomando inspiración en lo que nos comenta Mameluco en su blog, me he dispuesto yo a agregar algo de mi cosecha. La crítica de Mameluco iba directa contra esa campaña que acaba de sacarse ¿el gobierno? de la manga para devolver confianza y optimismo a la población. La habrán oído, seguro: estoloarreglamosentretodos.org. Pues venía a concluir esa crítica, o por lo menos yo lo entendí así, que ya nadie se cree nada que provenga de la clase política y que, además, habría que hacer una contracampaña que se llamase estodeberíanarreglarlolosquelojodieron.com. Bromas aparte, cada vez que veo algo así me empeño en darle la vuelta para convencerme de que siempre hay otras razones que asisten a los aparentemente bienintencionados. ¿Por qué hemos tenido que llegar a una situación tan insólita como la que pretende esa campaña? ¿Está todo tan rematadamente mal que no hay posibilidad de sacar la cabeza por algún lado?

Pues este jaleo en el que estamos metidos tiene, según yo lo veo y sin obviar el desastre del paro, dos componentes bien trabados y ya antiguos. El primero lo puso Zapatero, negando una crisis que todos reconocíamos como tal. Se usaron sinónimos, circunloquios estúpidos y mil y una excusas para, al final, decir que el origen de nuestros males, que ya eran los propios de una crisis en regla, no era la nefasta planificación económica del gobierno, sino unos desaprensivos financieros norteamericanos que nos habían engañado malamente. Y sí que hay algo de verdad en eso, pero peor era la fragilidad de nuestro modelo productivo que había puesto en los ladrillos toda su esperanza.

El segundo componente lo había aportado mucho antes Rajoy. La crisis de confianza, que finalmente encontró el caldo de cultivo idóneo en la situación económica, la venía sembrado el Partido Popular desde que Zapatero y los suyos dieron las primeras muestras de debilidad –y no política, precisamente, sino mental-. Un líder tan poco carismático cometiendo torpezas por aquí y por allá, daba pie a desconfiar del gobierno. Y no faltaban más que las chapuzas del AVE, las cacerías del otro, las tontunas de la de más allá y Elena Salgado, la que se empeñó en que dejásemos de fumar y que ahora no parará hasta que nos quede lo justo para vivir sin otra alegría que la de estar vivos. Y la gripe. Y la conjunción planetaria. Y… Razones tiene el PP para hacer críticas en muchos sentidos, pero la forma, ese fondo único de llegar al poder a cualquier precio, y las personas –sobre todo éstas-, lo pierden.

Es obligación de la oposición decir que ellos lo harían mejor, faltaría más. Pero de eso a no aportar ni una idea que valga la pena, de eso a la descalificación personal porque sí, a la mentira mendaz, a no aclararse con las políticas autonómicas, al abucheo y la bronca parlamentarias, o a la llamada a la rebelión, por ejemplo, media un abismo que en política se termina pagando. Pero mientras llega la factura, el daño ya está hecho, y no sólo en el partido contrario sino en la misma sociedad. El PP ha sembrado y siembre discordia y desconfianza social sin que se den razones de peso para fundamentar un discurso que ha terminado por ser demagógico, repetitivo y bastante nocivo. De la crisis saldremos mucho antes de lo que pensamos, pero de la desconfianza generalizada en que estamos instalados no nos libraremos hasta que reconozcamos y señalemos a aquellos que, en todo tiempo, tienen como única dedicación la siembra de cizaña. Hoy se les ve a la legua, porque mientras a sus compañeros de filas se los come la corrupción e inventan censuras judiciales y de prensa para intentar paliar cualquier atisbo delictivo, ellos se dedican al baile de salón en el Congreso zapateando, gritando y envolviéndose en una retórica tan vacía como agresiva.

15 de marzo de 2010

Una vieja fotografía

Una curiosidad es lo que os traigo hoy. Una fruslería para pasar el rato. Una foto de esas que la mandas a “Cuarto Milenio” y te hacen un comentario enjundioso diciendo chorradas. Pues el caso es que, al acabar la carrera, me fui de viaje de estudios a Praga. Era el año 1984 y entonces estaba de moda cruzar al otro lado del telón de acero para ver las maravillas de aquel sistema político… Y no digo más. Pasé unos días inolvidables y siempre he deseado volver, aunque ya sé que nunca será lo mismo. Era bastante más joven entonces y eso ya es irrecuperable. Todo nuevo para mí, también irrecuperable. Las cervecerías que yo viví, el tranvía, el barrio judío, el castillo, pasear en barca por un río mítico, cruzar el puente Carlos al atardecer, las iglesias llenas de gente rezando al unísono y con una afinación casi perfecta, el hotel modernista de la plaza Wenceslao, la Casa de Rusia, las cristalerías donde nada podíamos comprar, los huevos de pascua pintados, la plaza vieja, aquella noche de ópera, los edredones… Nada podrá ser igual, pero qué más da. Volveré un día de estos y me gustará tanto como entonces. Seguro.


Tenía entonces una máquina de aquellas de carrete que no daba buen resultado, pero que me ayudaba a recordar. Hice todas las fotografías que pude y al regresar las estaba revelando cuando, de pronto, vi algo en la esquina de un negativo que me llamó la atención. Una casualidad que me mantuvo fascinado durante un tiempo y que aún hoy revive en mi memoria cuando de imágenes raras o inexplicables se trata. Como comprenderéis, no es el reloj astronómico de Praga lo que quiero enseñaros; es el pelo de esa mujer que estaba allí y que a veces pienso que es algo más que pelo. Una tontuna, ya lo sé, pero creo que si la dejo aquí conseguiré que alguien me diga: “Eso mismo me pasó a mí una vez que…” A ver si ya se me olvida de una vez esta chorrada! Os pongo el detalle en negativo, porque así fue como me saltó a los ojos en el cuarto oscuro.

¿Dónde está Wally?

10 de marzo de 2010

Formas de mirar la luz


Viejo, eso es lo que soy. Y lo digo porque acabo de empezar a encontrar por los cajones y armarios de mi casa cosas perdidas u olvidadas que me sorprenden o me asaltan. Un atadillo de cartas, una vieja pluma -atrancada y con el plumín en lamentable estado-, tres pares de zapatos que no me pondré nunca más, monedas de cuando la peseta, el “detente” que me regalaron aquellas monjas, una foto de carnet medio deshecha con un bozo del que no tenía recuerdos, pequeñas caracolas y chapinas que cogí no sé qué día de playa, una flor seca, camisetas viejas con y sin mensaje… Todo conforma el rastro de una vida que a veces me cuesta reconocer como mía, aunque un lejano rumor apunta a que sí. Para muchas de esas cosas he elegido muerte y para otras voy a permitir que me sigan asustando.

Pues internet es, más o menos, una cajonera como la de cualquier casa, pero multiplicada por una cifra que no me atrevo a precisar. Y con la cualidad de que casi cualquiera echa mano del tirador y nos remueve unas entrañas que, cosa curiosa, nosotros hemos puesto allí para que se vean. El adsl nos convierte en voyeurs empedernidos, en la misma medida que nos hace exhibicionistas potenciales.

Abrir esa enorme cajonera virtual es fácil, pero no todo lo que encontramos nos interesa por igual -¿susto o muerte?-. Y he de confesar que los escondrijos que más me gustan, por su instantaneidad, son los de fotos. Así es que el otro día le hice caso a mi amigo Mariano y puse rumbo al chiffonier de un personaje curioso que me recomendó: “el niño de las luces”. Dicho así, parece el nombre de un novillero aunque no es nada de eso. Él libra de su trabajo cuando ya no hay luz natural y, como su pasión es la fotografía, ha estado experimentando con atardeceres y noches, y con luces artificiales, hasta conseguir las imágenes que quería. Unas pocas de muestra –y no las mejores, aunque a mí me gustan por diversos motivos- van con este texto. Y todo un mundo por descubrir en la página de Flickr que se ha hecho y se sigue haciendo con paciencia Pedro Javier Alcázar, que ese es su nombre. Si buscáis tutoriales sobre cómo hace algunas de esas fotos, pues también los ha subido a la red. Muchas de sus imágenes me tienen aún pensativo, y ya me barrunto el final: voy a tener que tirar la máquina de primera comunión que tengo y comprarme una de verdad. Y, sobre todo, voy a tener que acostumbrarme a mirar de otra manera, porque veo yo mucho turista por ahí con cada maquinorro que no sé si valdrá para algo más que para martirizar a sus amigos a la vuelta del viaje.

Lo dicho. Me he colgado con "el Niño de las luces" y, pidiéndole permiso, me dispongo a que vosotros también registréis su cajonera. Creo que os gustará.


6 de marzo de 2010

Teatro Guerra (Lorca-Murcia)



Esta quizás sea una sección del blog que iré completando gracias al estupendo trabajo que, de modo completamente altruista, realiza un amigo mío. Es importante tener amigos que hagan cosas, y si hace unos días os mostraba la naturaleza que era capaz de recrear un artista con el "paint", ahora le toca el turno a un excelente aficionado a la imagen. Mariano Hernández lleva en la "masa de la sangre" todo lo que tenga que ver con fotografía y vídeo, aunque ese no ha sido su campo profesional. Editar imágenes es para él una de sus mayores aficiones que ha transmitido con acierto indudable a su hijo Bernardo, que produce programas para una de nuestras televisiones locales y que ha visto ya premiados algunos de sus trabajos.

Mariano y yo somos el pan y la gana de comer juntos. Yo pongo el texto y la voz y él hace, con una facilidad extraordinaria, todo lo demás. A mí me da en todo el gusto por ver a mi padre publicado, y él recibe el suyo correspondiente al ver su trabajo expuesto y lo mejor de su pueblo viajando por este espacio virtual de forma libre.

Este vídeo de algo más de nueve minutos, tarda algo en cargarse y a veces habrá que ayudarle un poco dándole al botoncito para que arranque. No había nada en la red sobre este edificio y nos hemos decidido a hacer el trabajo. Si se pone en marcha, espero que os guste. Y si hay algo bueno en él, sin duda son las imágenes que tanto ha cuidado y seleccionado mi amigo Mariano. A quienes aman la pintura va dedicado y, cómo no, y con el permiso de mi amigo que sé me lo dará, a la memoria de mi padre, Manuel Muñoz Baberán, que tanta ilusión puso en pintar este teatro.

3 de marzo de 2010

¿Esto qué es lo que es?

Mural sobre la puerta

De vez en cuando, y sobre todo en conversaciones coloquiales, se nos escapa a los murcianos esa pregunta dicha con un acento muy de aquí: “Nenico, ¿esto qué es lo que es?”. Esa es nuestra manera de manifestar una perplejidad más allá del asombro o la extrañeza. Cuando no tenemos ni la más remota idea de lo que estamos viendo, pues nos asoma esta frase a la boca; frase que es algo así como una traducción del francés hecha con esas herramientas infernales que nos proporciona Google y que nos hacen creer que podemos entender o escribir cualquier cosa.

Pues el otro día me quedé delante de este edificio con esa cara que ponen los perros y que, cuando se da en los humanos, quienes nos ven no saben si nos ha dado un perle -ya os comento luego esto, "cuando tenga un ratico de lugar"- o es que somos un gafapasta cualquiera. Tan transido me quedé, que saqué la maquineta del bolsillo, hice unas fotos y me decidí a abrir una sección en el blog que se va a llamar como este post. Este enigma que os propongo es el primero de esta especie y el juego va a ir así. Yo os doy unos pocos datos, os enseño unas cuantas imágenes y vosotros, si queréis, vais respondiendo con frases cortas, o con sí o no, o con respuestas lo más escuetas posible. Se trata de acertar. Iré poniendo más fotografías o dando más datos hasta que alguien caiga en la cuenta. Entonces pondré la fotografía definitiva.

Hoy os traigo un par de imágenes desconcertantes que podéis ver en la cabecera y en el pie del texto. La de arriba es mural de la fachada y la de debajo un detalle de la puerta. El edificio pertenece a una digna institución murciana y la decoración exterior se encargó, presumiblemente -como los delitos-, a un artista, aunque de esto no estoy tan seguro. Pero, ¿alguien sabría decirme por lo que ve a qué se dedicará cuando se inaugure? ¿Sabe alguien dónde está?

Ese es el tema de hoy. Suerte y a opinar.


Detalle de la puerta


Primera pista:

Esta es la puerta completa

Un flipe de "diseño".

Ya está resuelto el enigma!!!

Lo acertó mi hermano Carlos. Se trata de una iglesia dedicada a Santa Clara que está en un barrio nuevo de Cieza (Murcia). Os pongo aquí abajo la foto completa (ni la arquitectura ni la decoración tienen desperdicio) y os dejo un enlace sobre la bendición de las "puertas" por el mismísimo obispo que me partía de risa leyéndolo.


28 de febrero de 2010

Gafapastas, hoax y paparajotes. (tó junto)

Asomarse a internet es como abismarse en un pozo sin fondo. Se puede aprender casi de todo sin apenas moverse de una silla. Nada más que para reacomodar los carrillos del final de la espalda. Por eso el otro día me adentré en la red con dos interrogantes: gafapasta y hoax. Términos nuevos para mí, aunque reconozco que no todo el mundo ha de ser tan ignorante como yo.

El primer término me lo espetó un sobrino mío, que es el que me informa de tribus urbanas y costumbres que yo ya no voy a poder experimentar por la edad. Vamos, que no sería serio que a los cincuenta años cambiase de rumbo. Pues volvía el susodicho de ARCO (que el zagal apunta maneras) y entre lo que contaba, todo interesante, me dijo que había visto un montón variado de “gafapastas”. Ante la cara que ponía me lo explicó: intelectualoides de esos con gafas de “chin-chin”, pero en colorines, que son capaces de quedarse una hora delante de un cuadro y si te acercas no sólo te dicen lo que estaban pensando sino que, además, te explican el cuadro que les ha provocado ese cataclismo interior. Cuando llegué a mi casa me fui al guguel y escribí el palabro. La Frikipedia me sacó de dudas, porque sólo allí podía encontrar algo tan cutre. Y para que vosotros también sepáis, os dejo este enlace.

Pues no suficientemente contento con este hallazgo, me interesé por un post de “gigantes” históricos que había visto en un blog y que me sonaba a chamusquina. Dando vueltas por ahí, conseguí finalmente saber los que era un “hoax”. En español un bulo, una noticia falsa que toma cuerpo de certeza cuando se introduce en canales más o menos fiables y, encima, se ilustra con una fotografía retocada para rematar la faena. Esta vez sí me dio la solución la Wiki, que también e un poco friki, y después, rebuscando aquí y allá, llegué por fin al museo de los hoax. Un entretenimiento para un ratillo.

Y harto de aprender cosas nuevas, me he hecho unos parajotes y me los he comido. Receta para los que no sepan qué cosa son, que aquí parece que llega gente de todas partes. Se bate un huevo, se le pone leche y harina hasta que se queda una masa espesa y pegajosa, nunca dura. Hojas de limonero o naranjo, lavadas y rebozadas en esa pasta, se van friendo en una sartén con un fondo de aceite caliente. Cuando está dorada la masa por un lado y otro, se saca el paparajote. Se le quita la hoja, se reboza esa masa frita y perfumada en azúcar y canela y después de comértela te chupas los dedos. Advertencia: antes de volver a conectaros a internet lavaros las manos, que luego el teclado se queda pringao. El de la foto es el plato que me zampé. Hojas de limonero, que a mí me gustan más.

Pues ya sabéis. Cuidaos de los gafapastas, no os creáis todo lo que aparece por ahí y, cuando esteis cansados de la vida, paparajotes.


23 de febrero de 2010

Experimentos primaverales


Tengo un amigo que es realmente curioso. Lo conocí fugazmente en Murcia, hace muchísimos años, porque él, que es un artista de los de verdad, acudió a mi padre -Muñoz Barberán- que también lo era, con la intención de que le hiciese un folio escrito para un catálogo de la exposición que entonces iba a hacer. Era por los años 80, creo recordar. Mi padre vino a decir que aquel joven artista era una amenaza porque, situado frente a un monumento o a rincón urbano de extraordinaria belleza, y armado con una paciencia propia de un oriental, iba robando una a una cada línea del modelo y terminaba por apropiárselo enteramente con una fidelidad pasmosa. Era un “ladrón” de la realidad al que había que perseguir y vigilar porque, de lo contrario, nos iba a dejar sin una puerta noble que atravesar, sin un edificio antiguo que contemplar, sin ningún rincón bello en el que recogernos para, simplemente, templar el alma. Pues de aquel artista no recuerdo más que era delgado y que rebosaba entusiasmo; también sé de él que su familia compró una de las “ventanas” más bonitas que ha pintado mi padre (una primavera asomada a los cristales con ráfagas de luz y color) y que hoy la disfruta él cada vez que quiere.

Pues esa “ventana” fue la causa de que volviera a encontrar a Manuel Martínez Torres -que así se llama- en la otra ventana, mucho más indiscreta aunque virtual, que es internet. Y él, muy atento, ha venido desde hace tiempo llenando mi buzón de correo con mensajes increíblemente apacibles, buenos en el sentido más ecuménico del término, que yo a veces no aprecio en todo lo que valen porque estoy rebordecido (que no es lo mismo que reverdecido). Pero el otro día, después de dar algunos avisos, me sorprendió con una eclosión de flores que achaqué yo a las fechas en que estamos. Doce o catorce paneles de color se me fueron abriendo ante los ojos como pequeñas maravillas por lo que ahora diré. Los hace con el “paint”, sí, con ese instrumento de diseño tan precario, y encima va el tío y los firma con una caligrafía envidiable. Dice que son sólo experiencias, que está aprendiendo, y a mí me sale la envidia sana por cada poro de la piel. Y es que al que tiene un sentido artístico innato no le puedes dar una cajica con colores porque enseguida empieza a gastar papel. Una anécdota: a mi padre le regaló su primera caja de lápices el farero de Garrucha –que quisiera yo saber cómo se llamaba para nombrarlo, aunque es mucho más profundo saber que aquel hombre solitario por oficio y quizás por naturaleza vio algo en el niño que entonces era Muñoz Barberán- y a poco ya ganaba sus primeras pesetas como pintor haciendo un alegoría de la República para aquel ayuntamiento almeriense.

Lo dicho. Yo veo en sus experiencias vidrieras, telas, cerámicas decoradas... A veces me parece que se trata de simplificaciones digitales de aquellas naturalezas inhóspitas que pintaba el Aduanero. Veo cosas que me han despertado hasta las ganas de imitarlo. Total, que le he pedido permiso a Manuel y me lo ha dado para que os enseñe cómo va la primavera por Elche, que es donde vive. Aquel “ladrón" de la realidad sigue haciendo de las suyas, pero por suerte ahora toma lo que sólo él ve. Y a mí me gusta mucho, aunque no sé adónde mira para encontrar lo que pinta.



21 de febrero de 2010

Almendros en flor

18 de febrero de 2010

Música mediterránea

Tengo que confesar que, a pesar de cómo soy y pienso, los asuntos religiosos me ponen, y mucho más si tienen que ver directamente con la iconografía. Pero tiempo habrá de que yo vuelva sobre esos temas porque la Conferencia Episcopal no descansa –además creo que monseñor Martínez Camino me hace tilín- y los personajes con ansias de vaya usted a saber qué no creo que se agoten una vez que vaya perdiendo fuerza lo del Cristo de Monteagudo, que aún coleará.

Hoy tocan otras cosas de mi gusto. Y entre ellas está cantar, sobre todo en compañía de otras voces. Ya en mi infancia -muy remota- formé parte de un coro infantil -era soprano segunda- para cantar cursilerías del tipo Tres hojitas, madre, tiene el arbolé… Seguí en la afición, me cambió la voz y conseguí una de barítono bajo que no está nada mal, aunque tampoco es para tirar cohetes. Con ella y echándole morro y oído, porque de música ni papa, terminé cantando el mejor renacimiento español e italiano, madrigales ingleses, polifonía sacra española de todos los tiempos y hasta melodías contemporáneas del pop. Pero a mí siempre me han gustado los aires populares y siento especial devoción por los coros de hombres que han proliferado en el ámbito mediterráneo. El cantu a tenore sardo, que es patrimonio de la humanidad, los auroros murcianos, el canto de la pasión de Orihuela o la paghjella corsa, que descubrí hace sólo unos meses, me remueven por dentro de una manera que no alcanzo a describir. Son todos ellos cantos primigenios, tribales, venidos de no se sabe dónde y que no sé si estarán aquí dentro de unos decenios. Por eso a veces los busco y los oigo una y otra vez, como hipnotizado por una extraña devoción. Si habéis escuchado la pasión oriolana, aquí abajo os dejo a los corsos que son más carnales.



16 de febrero de 2010

Corazón de Jesús...

A ver: vamos a hacer cuentas sobre el follón montado por José Luis Mazón con respecto al Cristo de Monteaguo. Primero algunos datos.

1) En 1919, en el Cerro de Los Ángeles (Getafe), el rey Alfonso XIII, rodeado por importantes representaciones de la Iglesia Española, del Gobierno y del pueblo llano, consagraba España al Corazón de Jesús.



2) La Católica España se sumaba así a la recristianización universal, porque la aspiración de la Iglesia era que el Corazón de Jesús, una devoción basada en las visiones de la monja Margarita María de Alacoque y auspiciada por los jesuitas, reinase sobre el mundo. Pío X había emprendido ya la cruzada contra la teología modernista, la democracia cristiana y la separación de la Iglesia y el Estado, y su sucesor no pudo menos que dar carta de naturaleza a una creencia que tantos beneficios parecía reportar a una Iglesia en decadencia. El laicismo se alzaba como el nuevo Anticristo al que había que combatir y frente a él se enarboló a Cristo Rey. La indiferencia del pueblo y su alejamiento del púlpito y del confesionario tenía seriamente preocupada a la curia vaticana.

3) Monumentos parecidos al del Cerro de los Ángeles, aunque con menos pretensiones, se levantaron por toda la geografía española en los años 20, siendo en 1926 cuando se “entronizó” sobre el castillo de Monteagudo la primera imagen del Corazón de Jesús a instancias del entonces alcalde de Murcia, Francisco Martínez García. Aquella estatua fue demolida durante la guerra civil y piadosas almas del nacional-catolicismo murciano volvieron a reponerla en 1951. Ni la antigua ni la nueva eran obras de arte (no causaban asombro, vamos) y, es más, la que hoy subsiste se colocó contraviniendo el decreto de 1949 que protegía los castillos españoles. Pero se ve que debieron de pensar todos aquellos bienintencionados que mejor protección que la del Corazón de Jesús no podían darle al monumento.


4) Al tiempo que eso pasaba en la capital, en otras muchas localidades murcianas se erigieron similares esculturas, generalmente en las afueras, sobre una pequeña elevación, y de modo más generalizado en los templos parroquiales y en numerosos recintos eclesiásticos de diferente tipo. Las misiones de los años 40 y 50 tuvieron mucho que ver en el reverdecimiento de esa particular advocación religiosa que, si bien era impuesta, también hay que decir que en la mayoría de los casos se aceptaba gustosamente.

Y tras estos datos, otras cosas de mi cosecha. El Corazón de Jesús es, al mismo tiempo que una devoción arraigada, el símbolo religioso más visible de una España que acabó en el momento en que concluía la transición. Y si es verdad que cuesta trabajo que se cumplan leyes como la que ordena los símbolos del Estado y la de la memoria histórica, también es cierto que con los vestigios simbólicos del franquismo se ha ido acabando poco a poco, aunque con alguna que otra reticencia, pero que no ha ocurrido igual con algunos de los privilegios de un nacional-catolicismo que estuvo estrechamente ligado al régimen franquista, tanto que es imposible entenderlo sin él. Y entre esos privilegios se encuentra el de la apropiación del espacio público con fines propagandísticos, cuando no abiertamente proselitistas; una apropiación que hoy deviene “tradición” por la escasa memoria que tenemos de acontecimientos que, si no recientes, tampoco habremos de considerarlos como “pasados”. Aún viven las suficientes personas que pueden dar testimonio de la represión política, social y religiosa que padecieron a manos del aparato de estado, de las organizaciones de corte falangista que atenazaban a la sociedad, y de un estamento eclesiástico que sancionaba moral y físicamente a quien se apartaba con notoriedad de un adoctrinamiento religioso ultramontano y triste impuesto con el descaro más absoluto.

Habiendo escrito esto, no sólo he de decir que estoy de acuerdo con las pretensiones de J.L. Mazón -más por lo que atañe a lo cultural que a lo espiritual y más en el fondo que en la forma-, sino que además las encuentro razonablemente ajustadas a derecho. El régimen de libertades de que nos hemos dotado los españoles incluye el derecho de petición, cualquiera que sea, que no se podrá impedir por ningún medio y que no debe verse coaccionado por ninguna circunstancia ni por nadie. Reprensible y hasta punible ha de ser la amenaza recibida por decir simplemente lo que se piensa, o por pedir aquello a lo que creamos que tenemos derecho, porque raro ha de ser que no nos apliquen una rebaja en nuestras pretensiones por las vías más insospechadas. Y aunque creo razonable lo que pide Mazón, no confío que sea fácil que se lo concedan así por las buenas. Otra cosa es la oportunidad, la conveniencia y la forma en que nuestras peticiones se han de materializar. Y está claro que acudir a la justicia para que una imagen religiosa sea desmontada del pedestal en el que lleva casi 60 años, por mucho que sea un castillo lo que le sirve de peana, quizás no es el modo más adecuado. Ejemplos de cómo se ha hecho lo mismo en otras épocas, sin que nadie se incomodase y sin tomar caminos tan drásticos, los hay. Y el de Lorca es palmario.

Tiene a gala Lorca ser la primera ciudad de España donde, después de haber predicado en octubre de 1733 esa devoción el mismísimo P. Calatayud, quedó instaurada la primera congregación española dedicada al culto del Sagrado Corazón. Así lo dice una placa colocada en 1920 en un edificio de la Plaza de España y todo lo que relate en lo tocante a esta historia local lo cuenta magníficamente Domingo Munuera en un artículo que recomiendo. Antes de que España se “consagrase”, como hemos visto anteriormente, ya Lorca contaba con una capilla de esta devoción en la Colegiata, sufragada por Cánovas Cobeño, y no es de extrañar que en estos años se dedicasen otros altares a ese culto en las muchas iglesias que entonces Lorca tenía. Tanta fue la abundancia de imágenes de este tipo, que hasta el despacho de la alcaldía, en tiempos de la dictadura de Primo de Ribera, llegó un cuadro de chapa metálica representando al Sagrado Corazón. Su traslado en 1930 a la capilla del Ayuntamiento, provocó un escándalo mayúsculo en el clero local por lo que se entendía como una “desentronización”, y provocó una manifestación de desagravio de 800 personas, pertenecientes a congregaciones del Sagrado Corazón, llegadas desde muchas poblaciones murcianas en un tren especialmente fletado al efecto. El cuadro, a pesar de todo, fue retirado de la alcaldía, y a ella volvió, como un acto de fuerza, tras la guerra civil. Pero la Lorca de la postguerra hizo aún más por esta devoción simbólica. Por suscripción popular se construiría un enorme monumento que fue instalado en la Plaza de España en 1955, con el resultado estético que podemos apreciar en la fotografía.


Aquella tremenda manifestación pétrea de fervor desapareció, sin que nadie rechistase, cuando la plaza fue reformada por Bellas Artes a finales de los años 60. La escultura principal, obra de José Planes, se llevó al patio de las Siervas de María y hoy, tras convencer a quienes no sabían qué hacer con ella, ha quedado finalmente presidiendo la entrada a los garajes del nuevo edificio levantado donde antes estuvieron esas monjas. Si nadie se ha quejado de este vaivén, tampoco alguien dijo esta boca es mía cuando a finales de los años 70 también desapareció el cuadro del Corazón de Jesús del Ayuntamiento; por la discreción y oportunidad con que se hizo, no hubo ni muestras de sentimientos encontrados ni escándalo por la retirada de un símbolo que mucho mejor iba a estar a salvo de posibles ultrajes.

Lorca no es precisamente una ciudad donde proliferen las ideas avanzadas, pero su ciudadanía sí es lo suficientemente sensata como para saber qué es o no es adecuado para cada lugar y en cada momento. Por eso hoy sigue habiendo muchos altares en las iglesias locales con imágenes del Corazón de Jesús, sin que a nadie moleste su existencia y culto. Pero una de aquellas imposiciones del nacional-catolicismo sigue dando la nota disonante en las escaleras de exconvento de San Francisco. Allí, en una hornacina que fue antes ventana, una imagen del Sagrado Corazón es literalmente aplastada por un enorme escudo franquista. Hay que ir allí expresamente para ver esta reliquia de la España de antaño, y a quien le molestan estas cosas ni se acerca. Yo, que soy un vicioso, me doy una vuelta de vez en cuando porque el llorado Luis Carandell recogió esta imagen en sus conocidas rebuscas de la caspa española.

Y vistas las fotografías y habiendo leído hasta aquí lo escrito, ¿alguien necesita más pruebas de que ambos símbolos –escudos franquistas y corazones de jesús- fueron estrechamente unidos durante muchas décadas?; ¿le cabe a alguien duda de lo que simbolizan, más allá de la devoción simple y llana, algunas significadas esculturas del Corazón de Jesús?; ¿alguien ha oído que se quieran retirar todas las esculturas del Corazón de Jesús existentes en la región, tanto en lugares públicos como en otros privados?; ¿sería conveniente que hoy, en el despacho de la presidencia del gobierno regional, por ejemplo, se entronizase una imagen del Corazón de Jesús?; ¿y en la alcaldía de Murcia?; ¿no será que hay alguien interesado en hacer de un caso particular una generalidad?; ¿no estaremos perdiendo la cabeza?

Que el Cristo de Monteagudo estaría mejor en otro lugar más accesible, de eso no le cabe duda a nadie. Ni a los que queremos un castillo de Monteagudo en condiciones para ser recuperado con todo su entorno, ni a los que quieren poder ir en peregrinación hasta los pies de esa enorme escultura que para ellos es mucho más que una piedra tallada. Y sitios tan relevantes como el castillo que ocupa, más accesibles y más adecuados los hay. No habría más que hacer una petición razonable que pudiese ser aceptada y explicada convenientemente por el obispado. Pero mucho me temo que esta cuestión se ha enrocado ya en posturas irreconciliables. Mazón acaba de experimentar en carne propia unos sentimientos que creía extinguidos y, además, ha conseguido que sobre este tema no se pueda volver a hablar en 40 o 50 años, porque cualquier cesión de la Iglesia y de los murcianos ofendidos se vería como una victoria de laicismo. Y hoy por hoy, como hace un siglo, los laicistas militantes, que aspiran justamente a una aconfesionalidad real del Estado, siguen siendo la cara misma del Anticristo, herederos de aquellos milicianos que en plena guerra civil dieron lugar a una de las más grotescas imágenes que se pueden concebir.



Sobre todo este lío digo lo que pienso, pero creo que aquí faltan datos. A la gallina ciega que soy le da la sensación de que Mazón, al que no considero precisamente un tonto, ya sabía qué iba a pasar. Y si lo sabía, ¿porqué ha optado por hacer las cosas de ese modo? ¿Falta de tacto simplemente? Que alguien me ayude con esta venda.

12 de febrero de 2010

Gallinas ciegas





Todos somos más o menos eso, gallinas ciegas. No tontas del todo, no imbéciles absolutas, pero sí, desde luego, ciegas. Creo que aquel juego de niños que da nombre a este blog es una enseñanza vital de primer orden. ¿Se acuerdan? Nos acomodábamos confiadamente a que unos amigos nos tapasen los ojos y nos encerrasen en lo que creíamos un cículo de amistad, y a partir de ese momento habríamos de adivinar quién nos hacía qué. Besos, caricias mal intencionadas (o bien, quién sabe), empujones y roces gloriosos, compartían espacio con empellones y porrazos propios del anonimato en que se desarrolla el juego. Y todo acababa cuando se conseguía pillar a alguien que entonces no hablaba, ni gesticulaba, ni hacía nada que le delatase, pero que tenía que dejarse manosear por el inocente cieguito que habría de adivinar quién era. Y si no lo acertaba, volvía a su desdichada condición de ceguera transitoria esperando que la próxima vez le cayera en suerte el jorobado o la muchacha de las tetas gordas.

Pues así vamos muchas veces por la vida. Recibiendo de todo sin saber de dónde viene, o criticando o comentando con una información más o menos veraz y completa, pero nunca la que debiéramos poseer para ejercer la critica. Con la salvedad de que en la vida, a diferencia del juego, la venda la llevamos puesta siempre y nunca nos tocará, en consecuencia, estar al otro lado de ella.

Así es que este blog va a ser algo así como un bastón de ciego: me ayudará a encontrar la salida -como un candil a un minero-, pero no hará que la venda caiga de mis ojos. Seguiré recibiendo, pues, todo lo que me quieran dar y, a tientas, pillaré cuanto pueda. Porque me guste o no -que no me gusta-, yo me reconozco como la primera de las gallinas ciegas.

Bienvenidos al corral