14 de octubre de 2011

Sin título I




El patrimonio cultural de Murcia tiene muy mala suerte o unos pésimos gestores. No sé realmente a qué carta quedarme. He visto sucumbir a la piqueta y a la desidia muchos elementos que formaban parte de ese patrimonio cultural y el reciente terremoto de Lorca lleva camino de acabar con las señas de identidad monumental de todo un pueblo que tenía en su cultura y su patrimonio uno de los referentes vitales más preciados. Aunque peor son otros “terremotos políticos”, como ciertos concejales y altos funcionarios de la Consejería de Cultura a los que les ha cabido el honor de ser llamados “demolition man”


Por causas extraordinarias o por las más “ordinarias”, poco a poco nos vamos quedando sin esos elementos que, en conjunto, definen el nivel cultural de esta tierra. Parece no importarnos que hoy quiten una casa, mañana un monumento y pasado arrasen el interior de una iglesia. El tiempo pasa irremediablemente por todos y por todo, es verdad, y el deterioro ha de notarse irremediablemente. Y si no se invierte ni una peseta en conservación, la ruina nos acecha de modo implacable. Y eso creo que es lo que pasa: nada está fiado a la prevención de posibles daños; y el patrimonio cultural no iba a ser menos.

Pues cuando esos signos de deterioro aparecen en el patrimonio cultural, ¿qué dirán ustedes que hacemos los murcianos? Yo se lo voy a decir: NADA. Cuando eso pasa, todo son “cuatro piedras viejas” que se pueden quitar y machacar sin que a nadie moleste. Se hace así un bien a la comunidad, a la que se ahorra unas perras en salvaguardar unos valores que no se entienden muy bien. La cultura, ya lo he dicho alguna vez, es ante todo una actitud. Pero para poder tomar posiciones en ella hace falta también estar informado y leído. Sólo los bobos la desprecian o son capaces de extasiarse ante cualquier de sus manifestaciones sin llegar a entenderlas.

¿Y por qué digo todo esto? Pues no tienen más que ir al enlace que les dejo aquí y volver a ojear las fotografías que ilustran estas palabras. Todo lo demás que pueda comentar sobra, porque no iba a ser sino echar leche por un colmillo. La iglesia de la que habla la noticia es la de San Francisco Javier de Los Barreros (Cartagena). Las pinturas eran de mi padre, Manuel Muñoz Barberán. Y el cura que se las ha cargado me parece algo más que un párroco al uso. Hay que ser un imbécil para actuar así.


23 de julio de 2010

Las azules rutas del mar
(Plavi putevi mora)


Mi devoción por los coros de voces graves ya la conocéis. Por eso el otro día, al ver un reportaje sobre la parte turística de la romana Dalmacia en la que se hablaba de su música vocal tradicional, pues me decidí a buscar en youtube cuanto sonase a "klapa", que así se llama este bello modo de expresión. En la klapa, si os adentráis, hay para todos los gustos, pero esta agrupación que he encontrado no sólo canta mejor que muchas otras, sino que además sus temas parecen tan hondos como lo debe ser el tipo de música que practican. El Adriático baña aquellas costas y lo que cantan estos hombres está dedicado a los caminos azules de ese mar que aquí llamamos Mediterráneo.

Os deseo lo mejor para este verano.

11 de junio de 2010

Medias verdades



Desde hace días tengo la sensación de vivir en un mundo hecho de medias verdades, cuando no de auténticas falsedades. Y son muchas las circunstancias que confirman esa impresión. Las más recientes, las dos versiones sobre el ataque israelí a una flotilla de barcos que se dirigían a Gaza o los recuentos de manifestantes del pasado 8 de Junio por el Gobierno y los sindicatos. Lo dicho por unos y otros es tan dispar, que no hay punto intermedio donde encontrar el equilibrio.

Medias verdades y ganas de enredar, no conducen a nada bueno. Recordarán ustedes que hace unos tres años la inseguridad ciudadana fue un tema candente. Se encendieron todas las alarmas y hasta se decidió aquí, en Lorca, la creación de un centro integral de seguridad. El Partido Popular se comprometió por programa a su construcción y así lo ha hecho. Pero, ¿es hoy tan necesario como entonces? O mejor dicho: ¿era entonces necesario o sólo nos lo hicieron creer? Podríamos citar algunos asuntos locales más que parecían incuestionables entonces y que hoy se han convertido en nada, pero nos vamos a ir a temas mayores. ¿Se acuerdan de la gripe A que amenazaba con exterminar media Europa? ¿Dónde ha quedado en el ranking de preocupaciones ciudadanas? ¿Y dónde situamos hoy esa feroz escasez de agua para los cultivos que prácticamente ha desaparecido al mismo tiempo que llovía y que estallaba la burbuja inmobiliaria? Muchas de estas cortinas de humo han servido para tapar problemas reales, como la crisis económica provocada por la voracidad de los mercados financieros a los que dimos un dinero que hoy, cuando hace falta, volvemos a poner encima de la mesa los ciudadanos por decreto y en contra de aquellas diferencias ideológicas irrenunciables de Zapatero y que ya vemos en qué han quedado.

Después de dos años de intensa crisis, que no se solucionará sólo con las medidas adoptadas, ahora sabemos las causas reales: la gran mayoría de los organismos encargados de calificar o vigilar cualquier aspecto financiero llevaban mintiendo muchos años. Y lo han hecho desde simples agencias de tasación hasta consultorías internacionales; y ministros de hacienda; y hasta presidentes de gobierno. Aquel progreso social es hoy un espejismo y muchos estados europeos se tambalean por imprevisión o por engaños manifiestos. Y con ellos multitud de economías regionales y, por supuesto domésticas, hacen aguas por similares causas llevándose por delante un bienestar que era el máximo logro de Occidente. Los recorte anunciados marcan la senda de una involución de la que dicen no empezaremos a salir hasta dentro de dos años. Y eso lo dicen los mismos que nos engañaron con brotes verdes; los mismos que ahora piden comprensión por las duras medidas adoptadas. Y éstos que ahora predican austeridad, ¿están siendo sinceros? Medias verdades y falsedades son un campo abonado para la demagogia y los posicionamientos maximalistas. Y si me preocupan mucho los riesgos ciertos en los que se mueve la banca española, más inquieto me tienen las soluciones radicales que ya toman forma en las cabezas de muchos ciudadanos. Y el ejemplo de las elecciones en Holanda no es para tomarlo a la ligera.

31 de mayo de 2010

Un ramo de violetas

Con apenas unos días de diferencia de la muerte de Carlos Varlcárcel, se nos ha ido otro “clásico cotidiano”. Pero este ya pertenecía a la categoría de los Historiadores -con mayúscula- y, como aquél, poseía una humanidad positiva desbordante y un rasgo particular: una inteligencia profesional y afectiva que destacamos todos cuantos le conocimos. Sobre el personaje en cuestión, que no es otro que el hispanista Guy Lemeunier, ha escrito estupendamente Juan González Castaño en La Opinión. Todo lo que yo pudiera añadir son valores humanos que a muchos sorprenderían y que su familia española, la de aquí mismo de la Gran Vía murciana que ya alcanzaba incluso para nietos, echa hoy en falta sin posibilidad de consuelo. Porque se les ha muerto, sin más explicación que la inoportuna e infranqueable enfermedad, un hombre íntegro y cercano, un maestro en todos los sentidos y con todos los sentidos de los que no es fácil encontrar y, mucho menos, reponer.

Era Guy, además de extraordinariamente simpático, una persona de cualidades culturales insondables. Se había licenciado como historiador del arte y su primer trabajo fue sobre retablos barrocos de una región del norte de Francia. Decidido a hacer su tesis doctoral en España, vino a recalar en Murcia donde todo, o casi todo, estaba por hacer. Así es que cambió radicalmente el objetivo de su trabajo y se dedicó a enseñarnos cómo había progresado la demografía, por dónde discurrieron los temas hidráulicos y agrarios de esta región, cómo se articuló en ella el sistema de poder en torno a la posesión y utilización de la tierra, las estructuras económicas y sociales… y de ahí saltó al mundo de las mentalidades, de la protoindustria y de la utilización de los recursos naturales. Él oteaba el campo y la huerta como un enorme telón en el que estaban pintados todos los caracteres históricos que habían configurado el territorio. Y no sólo los veía con nitidez, comprobándolos luego con datos de archivo, sino que era capaz de poner cada elemento en su sitio justo para encontrar una explicación plausible y de conjunto para todo aquello que nosotros no somos capaces de ver aunque lo tengamos delante de las narices. Era un mago de la historia en muchas de sus parcelas y por eso sus textos resultaron ser capitales para nuestra identidad histórica regional.

Guy siempre sorprendía. Me cuentan que cuando llegó al Archivo de Lorca lo primero que preguntó, con esa lengua enredada que traen los franceses mientras no han pasado unas cuantas tardes en la Plaza de las Flores, fue por la producción de garbanzos, lentejas y no sé cuantas cosas raras más. Hasta que no se vieron los resultados de contar sacos y sacos, nadie daba un duro por aquella investigación. Y con el tiempo y la amistad todo se orientó a donde tenía que haber estado desde el principio. Porque también me han contado de una tarde memorable en que, después de comer estupendamente y recién vueltos al archivo, lo que debía haber sido recuento de personas, carneros y datos de producciones agrícolas, se tornó por un rato charla distendida y del más variado color. Y acabó con todos los que allí estaban subidos por turnos a los peldaños de una escalera de caracol para dar cuenta de aficiones y, más que nada, por divertir con extravagancias a unos amigos. De lo más recordado, porque de todo hubo, arias de ópera a cargo de Muñoz Barberán y canciones de Luis Mariano por Guy. De aquel Luis Mariano pletórico, y en recuerdo del excelente hispanista, este vídeo que os dejo aquí abajo. Prestad atención a la letra porque el amor también es como la vida.

26 de mayo de 2010

Clásicos cotidianos


Todas las crónicas murcianas alaban y recuerdan hoy a Carlos Valcárcel Mavor, a don Carlos. Porque así lo conocíamos y lo llamábamos los que no tuvimos la suerte de su trato personal, pero lo admirábamos por cuanto hizo a favor de una murcianía que muchos confunden con nostalgia hortera de rincón. Yo no lo veo así. Personajes como éste han sido necesarios para que en su estela apareciesen los que han superado el escrito sentimental para alcanzar el grado de madurez que exige la historia. A ellos, a esos cronistas que muchos sienten trasnochados, hay que reconocerles en grado heroico unas virtudes cívicas que van más allá del cumplimiento del deber ciudadano. Ellos, con su memoria extraordinaria y su amor y apego a cuanto vivieron, han sido capaces de hacer una siembra cultural uniforme con la que todos estamos de acuerdo, más allá de ese narcisismo de las pequeñas diferencias que es patrimonio de cuatro tontos solemnes incapaces de ver cuántos matices encierra la vida.

Hoy he tomado consciencia de que estamos asistiendo al desmoronamiento de un pasado que, no sé si por fortuna o por desgracia –por esta última creo que va a ser-, no parece tener recambio posible. Y ese desmoronamiento se manifiesta de modo visible con la muerte de lo que yo llamo “clásicos cotidianos”. Hasta hace no tanto tiempo, uno podía pasear por Murcia –y cada cual que lo aplique a su ciudad- y encontrar tipos humanos míticos que eran ejemplo de los valores que colectivamente habíamos hecho recaer sobre sus hombros. Quizás sin preguntarles si estaban cómodos con el sambenito. Quizás sin darles opción para que ellos aceptasen tal encargo. Y como estoy convencido de que no somos otra cosa que aquello que los demás perciben de nosotros, pues estos personajes quedaban erigidos en algo así como un tótem al que mirar cuando todo fallaba y en cuyos arcanos era posible encontrar de nuevo la dirección apropiada.

Pues don Carlos era, como otros compañeros de generación, uno de esos tótems en los que ampararse y escudriñar. Era una referencia viva para nuestra Semana Santa y para devociones modernas o tan antiguas como la de la casi olvidada patrona de Murcia. Era una referencia para saber de aquella Murcia de escala humana, hoy lamentablemente perdida, que en sus escritos revive como si fuera la de ayer mismo. Era referencia para conocer dónde los jumillas se escanciaban mejor y en más agradable compañía. Conocía todos los particulares de la prensa murciana, en la que se ganó la vida y se labró una justa fama, y era imprescindible consultarle o leer sus escritos para averiguar más sobre las fiestas y tradiciones de este suelo que el cardenal Belluga valoró menospreciando a los que lo habían hecho posible. Jamás se le ocurrió tal cosa a don Carlos. Y a pesar de su fina estampa –que todo era verlo por la calle y empezar a canturrear por María Dolores Pradera- hizo masa con unos auroros que eran el contrapunto absoluto de este ciezano que se comportó en la vida como si fuese vecino del londinense barrio de Belgravia.

Ya no se estila casi nada de lo que representaba y fue don Carlos y, a pesar de que no pensaba morirse –como tantos de su generación-, la vida le ha puesto coto a su estupenda existencia. Y él no ha tenido inconveniente en aceptar el reto pero con la cortesía que en él era natural: “Usted primero, señora.” Deja vacíos dos sillones en otras tantas academias –como algunos de su generación-, deja su puesto de cronista –como su amigo Muñoz Barberán- y deja a muchos murcianistas sin saber a quién van a subir ahora al pedestal. Pero, sobre todo, deja una vida plena y longeva que aminora el dolor del duelo familiar.

Me caía simpático este hombre, aunque no llegué más que a saludarlo un día por la calle, y en su honor pienso desempolvar una capa que no me he puesto más que una vez en mi vida y hasta me voy a beber un buen vino mirando aquel bigotillo que tantos recuerdos me trae de otro no menos ilustre. Pues lo dicho: que estoy intrigado por saber cómo se rellenan culturalmente los huecos que deja nuestro entrañable paisano y, sobre todo, voy a hacer memoria cuidadosa por si encontrase otro tótem semejante. Difícil lo veo, pero os daré cuenta del hallazgo si es que se produce.

13 de mayo de 2010

Como si fuera ayer

Revolver cajones y armarios para encontrar aquellas cosas “imprescindibles” que hemos guardado durante nuestra vida, es un ejercicio diabólico. Y no sólo porque aparezcan auténticas inutilidades que debieron tener una importancia que ya hemos olvidado, sino porque con esas cosas, que no se sabe bien cuánto importaron entonces y cuánto pueden importar ahora, aparecen también en la cabeza recuerdos de todo tipo. Pero a veces es peor aún, porque lo encontrado es en sí mismo “el recuerdo”.

Eso ocurre, por ejemplo, con los manuscritos y con las fotografías. Pero mientras que a los primeros hay que dedicarles algo de tiempo para comprender todo cuanto encierran, a las segundas les concedo yo la categoría de “asaltasentimientos instantáneas”. Una imagen no vale más que mil palabras, pero sí que nos impacta mucho antes, aunque luego tengamos que dedicarle casi el mismo tiempo que a la escritura para aprehender cuanto significa.

Pues el otro día, me entretuve en revolver escritos y fotografías y, si bien no di con lo que buscaba, me topé de lleno con algo que me ha dejado el ánimo suspendido. Hará más de 20 años pulsaba el botón al otro lado de mi máquina para inmortalizar una reunión familiar en casa de mi abuela. A nadie puede decirle algo esta fotografía más que a quienes conocemos a los fotografiados. A nadie importa tal o cual cara, salvo para los que conocemos las que ya no podemos ver en directo –y no todas de gente mayor-. A nadie importa lo que yo pueda decir, porque cada cual ha de hacer su componenda. Objetivamente, nada dice esta fotografía más allá de lo obvio, incluida la maldad del fotógrafo. Pero quien logre poner nombre a cada una de esas caras y sea capaz, además, de relatar sintéticamente la historia de cada personaje, pues a ese esta imagen le pondrá el corazón en un puño como a mí me lo ha puesto.


Perdonad que este post sea así de personal, pero es que como aquí mangoneo yo a mis anchas, lo he hecho sólo para quienes saben de lo que hablo y para quienes hace poco han estado revolviendo los cajones de su casa, que esos seguro que me entienden por otras caras y otras ausencias.

11 de mayo de 2010

¿Tiene arreglo Lorca?

Tiene Lorca, que es la ciudad en la que vivo, un conjunto histórico declarado como tal en 1964… Y he dicho tiene y debí decir tenía. De aquel conjunto de arquitectura civil y eclesiástica de los años sesenta, con sus plazas y placetas, casonas de portalón e iglesias antiguas, sobresalían algunos ejemplares arquitectónicos verdaderamente notables pero, sobre todo, lo que decidió su declaración fue la homogeneidad que ofrecía el cogollo de calles escogidas con el fin de someterlas a una protección de la que era garante el Estado. Pues todo fue obtener el decreto que reconocía los valores artísticos y comenzar los políticos y empresarios de turno a darle mazazos a aquella ciudad que, con leves variaciones armónicas de los siglos XIX y XX, nos había llegado más o menos intacta desde que se articulara definitivamente en el siglo XVIII.

Os voy a ahorrar el rosario de agravios, porque las majaderías son muy molestas hasta para describirlas. Sólo os diré que si comparásemos dos fotografías, una de entonces y otra de ahora, el “cante” sería tremendo. Y eso a bulto, porque los detalles ponen los pelos de punta.

Después de la barbaridad del Parador construido dentro del castillo y de que políticos y jueces miren para otro lado cuando se denuncia la situación, pues hace unos meses ha empezado una reforma de la principal plaza sin que el proyecto original tenga algo que ver con lo que finalmente se ha construido. Y para rematar la faena, hace apenas unos días se ha ido literalmente a la basura por obra y gracia de la piqueta municipal un conjunto estimable de pinturas murales del siglo XIX que llevaba ahí 16 años esperando, por orden de la entonces Dirección General de Cultura, a ser integrado en lo que ya parece una inminente nueva edificación. No os voy a contar cómo los político han dejado que se degradase ese bien cultural; no os voy a decir que se ha pagado un andamio que lo sujetase durante 16 años y que nos ha costado cerca de 500.000 €; nos os voy a decir que ahora la dirección general e Bellas Artes y el Ayuntamiento de Lora se tiran los trastos a la cabeza a ver de quién es la responsabilidad, y que lo más que se les ocurre decir es que ellos no han sido, que no sabían que aquello estaba allí y que hay que ver cómo son los funcionarios que no habían avisado a nadie sobre la existencia de aquel bien.

Pues como no me gusta todo esto, porque huele muy mal y habla a las claras de los tiempos que vivimos, no os voy a poner foto ni nada. Sólo tres enlaces (1 2 3) para que vosotros mismos juzguéis, que luego me dicen que manipulo las cosas. A mí no me gusta hablar mal del sitio donde vivo, pero es que lo ponen a uno en el disparadero, hasta el punto de pensar si esto que pasa tiene o no arreglo.