Mostrando entradas con la etiqueta Glosas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Glosas. Mostrar todas las entradas

11 de junio de 2010

Medias verdades



Desde hace días tengo la sensación de vivir en un mundo hecho de medias verdades, cuando no de auténticas falsedades. Y son muchas las circunstancias que confirman esa impresión. Las más recientes, las dos versiones sobre el ataque israelí a una flotilla de barcos que se dirigían a Gaza o los recuentos de manifestantes del pasado 8 de Junio por el Gobierno y los sindicatos. Lo dicho por unos y otros es tan dispar, que no hay punto intermedio donde encontrar el equilibrio.

Medias verdades y ganas de enredar, no conducen a nada bueno. Recordarán ustedes que hace unos tres años la inseguridad ciudadana fue un tema candente. Se encendieron todas las alarmas y hasta se decidió aquí, en Lorca, la creación de un centro integral de seguridad. El Partido Popular se comprometió por programa a su construcción y así lo ha hecho. Pero, ¿es hoy tan necesario como entonces? O mejor dicho: ¿era entonces necesario o sólo nos lo hicieron creer? Podríamos citar algunos asuntos locales más que parecían incuestionables entonces y que hoy se han convertido en nada, pero nos vamos a ir a temas mayores. ¿Se acuerdan de la gripe A que amenazaba con exterminar media Europa? ¿Dónde ha quedado en el ranking de preocupaciones ciudadanas? ¿Y dónde situamos hoy esa feroz escasez de agua para los cultivos que prácticamente ha desaparecido al mismo tiempo que llovía y que estallaba la burbuja inmobiliaria? Muchas de estas cortinas de humo han servido para tapar problemas reales, como la crisis económica provocada por la voracidad de los mercados financieros a los que dimos un dinero que hoy, cuando hace falta, volvemos a poner encima de la mesa los ciudadanos por decreto y en contra de aquellas diferencias ideológicas irrenunciables de Zapatero y que ya vemos en qué han quedado.

Después de dos años de intensa crisis, que no se solucionará sólo con las medidas adoptadas, ahora sabemos las causas reales: la gran mayoría de los organismos encargados de calificar o vigilar cualquier aspecto financiero llevaban mintiendo muchos años. Y lo han hecho desde simples agencias de tasación hasta consultorías internacionales; y ministros de hacienda; y hasta presidentes de gobierno. Aquel progreso social es hoy un espejismo y muchos estados europeos se tambalean por imprevisión o por engaños manifiestos. Y con ellos multitud de economías regionales y, por supuesto domésticas, hacen aguas por similares causas llevándose por delante un bienestar que era el máximo logro de Occidente. Los recorte anunciados marcan la senda de una involución de la que dicen no empezaremos a salir hasta dentro de dos años. Y eso lo dicen los mismos que nos engañaron con brotes verdes; los mismos que ahora piden comprensión por las duras medidas adoptadas. Y éstos que ahora predican austeridad, ¿están siendo sinceros? Medias verdades y falsedades son un campo abonado para la demagogia y los posicionamientos maximalistas. Y si me preocupan mucho los riesgos ciertos en los que se mueve la banca española, más inquieto me tienen las soluciones radicales que ya toman forma en las cabezas de muchos ciudadanos. Y el ejemplo de las elecciones en Holanda no es para tomarlo a la ligera.

31 de mayo de 2010

Un ramo de violetas

Con apenas unos días de diferencia de la muerte de Carlos Varlcárcel, se nos ha ido otro “clásico cotidiano”. Pero este ya pertenecía a la categoría de los Historiadores -con mayúscula- y, como aquél, poseía una humanidad positiva desbordante y un rasgo particular: una inteligencia profesional y afectiva que destacamos todos cuantos le conocimos. Sobre el personaje en cuestión, que no es otro que el hispanista Guy Lemeunier, ha escrito estupendamente Juan González Castaño en La Opinión. Todo lo que yo pudiera añadir son valores humanos que a muchos sorprenderían y que su familia española, la de aquí mismo de la Gran Vía murciana que ya alcanzaba incluso para nietos, echa hoy en falta sin posibilidad de consuelo. Porque se les ha muerto, sin más explicación que la inoportuna e infranqueable enfermedad, un hombre íntegro y cercano, un maestro en todos los sentidos y con todos los sentidos de los que no es fácil encontrar y, mucho menos, reponer.

Era Guy, además de extraordinariamente simpático, una persona de cualidades culturales insondables. Se había licenciado como historiador del arte y su primer trabajo fue sobre retablos barrocos de una región del norte de Francia. Decidido a hacer su tesis doctoral en España, vino a recalar en Murcia donde todo, o casi todo, estaba por hacer. Así es que cambió radicalmente el objetivo de su trabajo y se dedicó a enseñarnos cómo había progresado la demografía, por dónde discurrieron los temas hidráulicos y agrarios de esta región, cómo se articuló en ella el sistema de poder en torno a la posesión y utilización de la tierra, las estructuras económicas y sociales… y de ahí saltó al mundo de las mentalidades, de la protoindustria y de la utilización de los recursos naturales. Él oteaba el campo y la huerta como un enorme telón en el que estaban pintados todos los caracteres históricos que habían configurado el territorio. Y no sólo los veía con nitidez, comprobándolos luego con datos de archivo, sino que era capaz de poner cada elemento en su sitio justo para encontrar una explicación plausible y de conjunto para todo aquello que nosotros no somos capaces de ver aunque lo tengamos delante de las narices. Era un mago de la historia en muchas de sus parcelas y por eso sus textos resultaron ser capitales para nuestra identidad histórica regional.

Guy siempre sorprendía. Me cuentan que cuando llegó al Archivo de Lorca lo primero que preguntó, con esa lengua enredada que traen los franceses mientras no han pasado unas cuantas tardes en la Plaza de las Flores, fue por la producción de garbanzos, lentejas y no sé cuantas cosas raras más. Hasta que no se vieron los resultados de contar sacos y sacos, nadie daba un duro por aquella investigación. Y con el tiempo y la amistad todo se orientó a donde tenía que haber estado desde el principio. Porque también me han contado de una tarde memorable en que, después de comer estupendamente y recién vueltos al archivo, lo que debía haber sido recuento de personas, carneros y datos de producciones agrícolas, se tornó por un rato charla distendida y del más variado color. Y acabó con todos los que allí estaban subidos por turnos a los peldaños de una escalera de caracol para dar cuenta de aficiones y, más que nada, por divertir con extravagancias a unos amigos. De lo más recordado, porque de todo hubo, arias de ópera a cargo de Muñoz Barberán y canciones de Luis Mariano por Guy. De aquel Luis Mariano pletórico, y en recuerdo del excelente hispanista, este vídeo que os dejo aquí abajo. Prestad atención a la letra porque el amor también es como la vida.

26 de mayo de 2010

Clásicos cotidianos


Todas las crónicas murcianas alaban y recuerdan hoy a Carlos Valcárcel Mavor, a don Carlos. Porque así lo conocíamos y lo llamábamos los que no tuvimos la suerte de su trato personal, pero lo admirábamos por cuanto hizo a favor de una murcianía que muchos confunden con nostalgia hortera de rincón. Yo no lo veo así. Personajes como éste han sido necesarios para que en su estela apareciesen los que han superado el escrito sentimental para alcanzar el grado de madurez que exige la historia. A ellos, a esos cronistas que muchos sienten trasnochados, hay que reconocerles en grado heroico unas virtudes cívicas que van más allá del cumplimiento del deber ciudadano. Ellos, con su memoria extraordinaria y su amor y apego a cuanto vivieron, han sido capaces de hacer una siembra cultural uniforme con la que todos estamos de acuerdo, más allá de ese narcisismo de las pequeñas diferencias que es patrimonio de cuatro tontos solemnes incapaces de ver cuántos matices encierra la vida.

Hoy he tomado consciencia de que estamos asistiendo al desmoronamiento de un pasado que, no sé si por fortuna o por desgracia –por esta última creo que va a ser-, no parece tener recambio posible. Y ese desmoronamiento se manifiesta de modo visible con la muerte de lo que yo llamo “clásicos cotidianos”. Hasta hace no tanto tiempo, uno podía pasear por Murcia –y cada cual que lo aplique a su ciudad- y encontrar tipos humanos míticos que eran ejemplo de los valores que colectivamente habíamos hecho recaer sobre sus hombros. Quizás sin preguntarles si estaban cómodos con el sambenito. Quizás sin darles opción para que ellos aceptasen tal encargo. Y como estoy convencido de que no somos otra cosa que aquello que los demás perciben de nosotros, pues estos personajes quedaban erigidos en algo así como un tótem al que mirar cuando todo fallaba y en cuyos arcanos era posible encontrar de nuevo la dirección apropiada.

Pues don Carlos era, como otros compañeros de generación, uno de esos tótems en los que ampararse y escudriñar. Era una referencia viva para nuestra Semana Santa y para devociones modernas o tan antiguas como la de la casi olvidada patrona de Murcia. Era una referencia para saber de aquella Murcia de escala humana, hoy lamentablemente perdida, que en sus escritos revive como si fuera la de ayer mismo. Era referencia para conocer dónde los jumillas se escanciaban mejor y en más agradable compañía. Conocía todos los particulares de la prensa murciana, en la que se ganó la vida y se labró una justa fama, y era imprescindible consultarle o leer sus escritos para averiguar más sobre las fiestas y tradiciones de este suelo que el cardenal Belluga valoró menospreciando a los que lo habían hecho posible. Jamás se le ocurrió tal cosa a don Carlos. Y a pesar de su fina estampa –que todo era verlo por la calle y empezar a canturrear por María Dolores Pradera- hizo masa con unos auroros que eran el contrapunto absoluto de este ciezano que se comportó en la vida como si fuese vecino del londinense barrio de Belgravia.

Ya no se estila casi nada de lo que representaba y fue don Carlos y, a pesar de que no pensaba morirse –como tantos de su generación-, la vida le ha puesto coto a su estupenda existencia. Y él no ha tenido inconveniente en aceptar el reto pero con la cortesía que en él era natural: “Usted primero, señora.” Deja vacíos dos sillones en otras tantas academias –como algunos de su generación-, deja su puesto de cronista –como su amigo Muñoz Barberán- y deja a muchos murcianistas sin saber a quién van a subir ahora al pedestal. Pero, sobre todo, deja una vida plena y longeva que aminora el dolor del duelo familiar.

Me caía simpático este hombre, aunque no llegué más que a saludarlo un día por la calle, y en su honor pienso desempolvar una capa que no me he puesto más que una vez en mi vida y hasta me voy a beber un buen vino mirando aquel bigotillo que tantos recuerdos me trae de otro no menos ilustre. Pues lo dicho: que estoy intrigado por saber cómo se rellenan culturalmente los huecos que deja nuestro entrañable paisano y, sobre todo, voy a hacer memoria cuidadosa por si encontrase otro tótem semejante. Difícil lo veo, pero os daré cuenta del hallazgo si es que se produce.

17 de marzo de 2010

La crisis que nos corroe



A veces me doy una vuelta por internet para buscar información sobre asuntos que están en el candelero, y este cartelillo de arriba –he quitado la procedencia y la lista de actos- me ha gustado por el desparpajo orto/gráfico con el que está hecho. Los hay más agresivos y decididos, pero este “hand made” me ha llegado al alma por lo que tiene de verdadero. Y visto que esta crisis es un tema universal y tomando inspiración en lo que nos comenta Mameluco en su blog, me he dispuesto yo a agregar algo de mi cosecha. La crítica de Mameluco iba directa contra esa campaña que acaba de sacarse ¿el gobierno? de la manga para devolver confianza y optimismo a la población. La habrán oído, seguro: estoloarreglamosentretodos.org. Pues venía a concluir esa crítica, o por lo menos yo lo entendí así, que ya nadie se cree nada que provenga de la clase política y que, además, habría que hacer una contracampaña que se llamase estodeberíanarreglarlolosquelojodieron.com. Bromas aparte, cada vez que veo algo así me empeño en darle la vuelta para convencerme de que siempre hay otras razones que asisten a los aparentemente bienintencionados. ¿Por qué hemos tenido que llegar a una situación tan insólita como la que pretende esa campaña? ¿Está todo tan rematadamente mal que no hay posibilidad de sacar la cabeza por algún lado?

Pues este jaleo en el que estamos metidos tiene, según yo lo veo y sin obviar el desastre del paro, dos componentes bien trabados y ya antiguos. El primero lo puso Zapatero, negando una crisis que todos reconocíamos como tal. Se usaron sinónimos, circunloquios estúpidos y mil y una excusas para, al final, decir que el origen de nuestros males, que ya eran los propios de una crisis en regla, no era la nefasta planificación económica del gobierno, sino unos desaprensivos financieros norteamericanos que nos habían engañado malamente. Y sí que hay algo de verdad en eso, pero peor era la fragilidad de nuestro modelo productivo que había puesto en los ladrillos toda su esperanza.

El segundo componente lo había aportado mucho antes Rajoy. La crisis de confianza, que finalmente encontró el caldo de cultivo idóneo en la situación económica, la venía sembrado el Partido Popular desde que Zapatero y los suyos dieron las primeras muestras de debilidad –y no política, precisamente, sino mental-. Un líder tan poco carismático cometiendo torpezas por aquí y por allá, daba pie a desconfiar del gobierno. Y no faltaban más que las chapuzas del AVE, las cacerías del otro, las tontunas de la de más allá y Elena Salgado, la que se empeñó en que dejásemos de fumar y que ahora no parará hasta que nos quede lo justo para vivir sin otra alegría que la de estar vivos. Y la gripe. Y la conjunción planetaria. Y… Razones tiene el PP para hacer críticas en muchos sentidos, pero la forma, ese fondo único de llegar al poder a cualquier precio, y las personas –sobre todo éstas-, lo pierden.

Es obligación de la oposición decir que ellos lo harían mejor, faltaría más. Pero de eso a no aportar ni una idea que valga la pena, de eso a la descalificación personal porque sí, a la mentira mendaz, a no aclararse con las políticas autonómicas, al abucheo y la bronca parlamentarias, o a la llamada a la rebelión, por ejemplo, media un abismo que en política se termina pagando. Pero mientras llega la factura, el daño ya está hecho, y no sólo en el partido contrario sino en la misma sociedad. El PP ha sembrado y siembre discordia y desconfianza social sin que se den razones de peso para fundamentar un discurso que ha terminado por ser demagógico, repetitivo y bastante nocivo. De la crisis saldremos mucho antes de lo que pensamos, pero de la desconfianza generalizada en que estamos instalados no nos libraremos hasta que reconozcamos y señalemos a aquellos que, en todo tiempo, tienen como única dedicación la siembra de cizaña. Hoy se les ve a la legua, porque mientras a sus compañeros de filas se los come la corrupción e inventan censuras judiciales y de prensa para intentar paliar cualquier atisbo delictivo, ellos se dedican al baile de salón en el Congreso zapateando, gritando y envolviéndose en una retórica tan vacía como agresiva.