Con apenas unos días de diferencia de la muerte de Carlos Varlcárcel, se nos ha ido otro “clásico cotidiano”. Pero este ya pertenecía a la categoría de los Historiadores -con mayúscula- y, como aquél, poseía una humanidad positiva desbordante y un rasgo particular: una inteligencia profesional y afectiva que destacamos todos cuantos le conocimos. Sobre el personaje en cuestión, que no es otro que el hispanista Guy Lemeunier, ha escrito estupendamente Juan González Castaño en La Opinión. Todo lo que yo pudiera añadir son valores humanos que a muchos sorprenderían y que su familia española, la de aquí mismo de la Gran Vía murciana que ya alcanzaba incluso para nietos, echa hoy en falta sin posibilidad de consuelo. Porque se les ha muerto, sin más explicación que la inoportuna e infranqueable enfermedad, un hombre íntegro y cercano, un maestro en todos los sentidos y con todos los sentidos de los que no es fácil encontrar y, mucho menos, reponer.
Era Guy, además de extraordinariamente simpático, una persona de cualidades culturales insondables. Se había licenciado como historiador del arte y su primer trabajo fue sobre retablos barrocos de una región del norte de Francia. Decidido a hacer su tesis doctoral en España, vino a recalar en Murcia donde todo, o casi todo, estaba por hacer. Así es que cambió radicalmente el objetivo de su trabajo y se dedicó a enseñarnos cómo había progresado la demografía, por dónde discurrieron los temas hidráulicos y agrarios de esta región, cómo se articuló en ella el sistema de poder en torno a la posesión y utilización de la tierra, las estructuras económicas y sociales… y de ahí saltó al mundo de las mentalidades, de la protoindustria y de la utilización de los recursos naturales. Él oteaba el campo y la huerta como un enorme telón en el que estaban pintados todos los caracteres históricos que habían configurado el territorio. Y no sólo los veía con nitidez, comprobándolos luego con datos de archivo, sino que era capaz de poner cada elemento en su sitio justo para encontrar una explicación plausible y de conjunto para todo aquello que nosotros no somos capaces de ver aunque lo tengamos delante de las narices. Era un mago de la historia en muchas de sus parcelas y por eso sus textos resultaron ser capitales para nuestra identidad histórica regional.
Guy siempre sorprendía. Me cuentan que cuando llegó al Archivo de Lorca lo primero que preguntó, con esa lengua enredada que traen los franceses mientras no han pasado unas cuantas tardes en la Plaza de las Flores, fue por la producción de garbanzos, lentejas y no sé cuantas cosas raras más. Hasta que no se vieron los resultados de contar sacos y sacos, nadie daba un duro por aquella investigación. Y con el tiempo y la amistad todo se orientó a donde tenía que haber estado desde el principio. Porque también me han contado de una tarde memorable en que, después de comer estupendamente y recién vueltos al archivo, lo que debía haber sido recuento de personas, carneros y datos de producciones agrícolas, se tornó por un rato charla distendida y del más variado color. Y acabó con todos los que allí estaban subidos por turnos a los peldaños de una escalera de caracol para dar cuenta de aficiones y, más que nada, por divertir con extravagancias a unos amigos. De lo más recordado, porque de todo hubo, arias de ópera a cargo de Muñoz Barberán y canciones de Luis Mariano por Guy. De aquel Luis Mariano pletórico, y en recuerdo del excelente hispanista, este vídeo que os dejo aquí abajo. Prestad atención a la letra porque el amor también es como la vida.